SOSTIENE PEREIRA, de ANTONIO TABUCCHI
La Portada en español de la novela y su autor el ya fallecido Antonio Tabucchi
Escrito a manera de un alegato contra el totalitarismo en el que un modesto periodista portugués ya entrado en años, sostiene, como si ante él se hubiera constituido un tribunal que demanda su versión de ciertos hechos ocurridos en Lisboa en el verano de 1938, que más allá del temor al poder omnímodo debe persistir en todo momento la práctica de los valores que nos comprometen con la libertad.
Sucede que a Pereira, el afable periodista
en cuestión, quien debido a sus problemas de salud pasa sucesivamente de reposar
en una termas a recibir atenciones en una clínica talasoterápica, le han
encargado la confección del predeciblemente inoficioso suplemento cultural del
periódico El Lisboa en el que por
decisión de su Director, acólito del dictador nacionalista Olivera Salazar,
deberán publicarse, en lugar de las efemérides de escritores ilustres y
traducciones de cuentos franceses del siglo XIX como pretende el protagonista,
la obra de poetas de la patria en una época –concluye el Director- en la que todos
necesitan de patriotismo. La única compañía de Pereira durante aquellos aciagos
años parece ser el retrato de su esposa tomado durante un antiguo viaje a
Madrid, y la sombra del hijo que nunca tuvieron y que encarna el estudiante de
filosofía Francesco Monteiro Rossi, quien ha escrito, un año antes de la
segunda guerra mundial, una tesis sobre la muerte.
Pero resulta que la locura de aquella
época, en la que un joven estudiante de filosofía lleno de una vitalidad
encomiable escribe una tesis sobre la muerte, y en la que un ingenuo periodista
deviene en cómplice necesario de la libertad, parece encaminar a todos los
protagonistas de la novela, como si los tomara inadvertidamente de la mano, hacia
la tragedia.
Toda
Europa apesta a muerte, sostiene Pereira. No en vano la novela está ambientada a mediados de
1938, en una Lisboa sumida en el calor asfixiante del verano, mientras que a
pocas decenas de kilómetros se desarrolla en España la guerra civil cuyos
coletazos irrumpen con fuerza en la trama personificados en el primo de
Monteiro Rossi quien visita el país lusitano en busca de colaboradores que
deseen sumarse al bando republicano que combate contra Franco. Predeciblemente
el primo es apresado por los Salazaristas lo que precipita el destino del joven
estudiante de filosofía.
Pero, detengámonos un momento, en el
ínterin de la novela se van sumando pequeños hechos clarificadores que permiten
a Pereira, de naturaleza desprevenida e indiferente, acercarse a la actitud
política que encarna el propio Monteiro Rossi y su novia Marta, y que empiezan
con actos pequeños y aislados como el ataque a una carnicería judía o la muerte
a balazos de un vendedor ambulante de ideología socialista a manos de la
Guardia Nacional Republicana, luego el cerco se va cerrando con la instalación
de una centralita telefónica que permite a la portera del inmueble en el que
Pereira ha montado su pequeña oficina, enterarse de todas las llamadas y
mensajes que llegan a la Sección de Cultura del Periódico El Lisboa. En efecto, cuando las personas que nos rodean, cuando
aquellos seres de nuestro entorno cotidiano como aquella portera se convierten en cómplices de los represores, ¿a dónde
acudir? ¿en quién confiar?
Y sin embargo la labor periodística de Pereira, que siempre está algo cansado y agitado, y que no para de alimentarse de omelettes a las finas hierbas, continúa. Luego de un viaje en tren en el que conoce a una bella y frágil mujer de origen portugués y nacionalidad alemana llamada Ingeborg Delgado, sutil e inteligente lectora de Thomas Mann, quien refiere la censura y brutalidad que se extiende por la Alemania de Hitler, decide jugárselas y publicar, aún en contra de la opinión del Director, traducciones de escritores franceses, precisamente de aquellos escritores sobre los cuales menciona un siniestro sicario, cuyo paso por la novela será decisivo, y haciendo gala del lenguaje que emplean los torturadores y los extremistas, uno debería mearse encima después de muertos.
Y sin embargo la labor periodística de Pereira, que siempre está algo cansado y agitado, y que no para de alimentarse de omelettes a las finas hierbas, continúa. Luego de un viaje en tren en el que conoce a una bella y frágil mujer de origen portugués y nacionalidad alemana llamada Ingeborg Delgado, sutil e inteligente lectora de Thomas Mann, quien refiere la censura y brutalidad que se extiende por la Alemania de Hitler, decide jugárselas y publicar, aún en contra de la opinión del Director, traducciones de escritores franceses, precisamente de aquellos escritores sobre los cuales menciona un siniestro sicario, cuyo paso por la novela será decisivo, y haciendo gala del lenguaje que emplean los torturadores y los extremistas, uno debería mearse encima después de muertos.
En efecto, en un memorable juego literario
propuesto por Tabucchi, Pereira encargará a Monteiro Rossi la escritura de las
notas necrológicas “anticipadas de
grandes escritores que pueden morir de un momento a otro”, y cuyo primer
trabajo el joven de ascendencia italiana lo vuelca en el homenaje al poeta
García Lorca, simpatizante del bando republicano español y asesinado un año
antes por los nacionalistas. Luego se suceden numerosos trabajos cargados de
tinte ideológico que el propio Pereira juzga no apropiados para su publicación
temeroso de los que pueda decir la censura.
Marcelo Mastroianni como protagonista de la versión fílmica de la obra
Es poco después, luego de una prolongada
desaparición en la clandestinidad de Monteiro Rossi, que los destinos se cruzan
de manera definitiva. Una vez detenido aquel primo, el porvenir del joven estudiante
de Filosofía se verá seriamente comprometido. Es entonces cuando los sicarios salen
de las sombras. No es necesario narrar la violencia que se ceba sobre el joven muchacho,
también Tabucchi prescinde del relato explícito de aquellos eventos, en cambio y
con algo de serenidad, nos muestra lo que queda de un cuerpo vencido por el
poder. A esas alturas la lectura del
texto nos descubre pasmados que aquello que sostiene
Pereira durante las casi doscientas páginas de la novela y por lo cual ha sido
interpelado minuciosamente, permitiendo a Tabucchi construir una obra concisa y
magnífica, no es otra cosa que la descripción cotidiana del poder cuando pierde
el sentido de la realidad e invade la vida de las personas. Pero al mismo
tiempo descubrimos que el tribunal que interpela a Pereira no es otro que el
que surge de la consciencia del propio Tabucchi y por extensión el que surge de
su generación entera, de aquellos que nacieron cuando en Europa sonaban los últimos
obuses cruzando el cielo, una generación que sigue mirando con asombro al
pasado y que, al igual que las subsiguientes, no deja de preguntarse ¿cómo fue
posible semejante locura?
Al final el propio Pereira comprende la
magnitud de lo que se avecina, de la locura que está por devorar Europa entera
y que ya ha dado sus primeros pasos sumiendo a España en un furiosa guerra
civil de la cual saldrá victorioso el Generalísimo Franco, y decide en un gesto
desesperado publicar todos los detalles de la muerte de su joven pupilo en las
páginas del suplemento cultural valiéndose de una treta que le ayuda a vencer
la censura. Después de ello no le queda otra alternativa que escapar, no se
olvide que estamos en 1938 y que aún queda por delante un año de guerra civil
española y seis años de guerra mundial, ¿...pero escapar a dónde? Tabucchi lo
abandona allí, el momento en que valiéndose de un pasaporte falso, Pereira toma
la decisión, con el retrato de su esposa en las manos, de huir hacia un lugar impreciso,
porque la vida en medio de la locura del totalitarismo es así, adversa, tensa,
delirante, y sin embargo Pereira se va dándonos una lección que se podría
resumir, sostiene Tabucchi, en la
imperiosa necesidad de adoptar frente a cualquier manifestación del poder
omnímodo, una postura comprometida, aún más allá de todas las adversidades, aún a pesar de la soledad, del temor o de la sinrazón de las amenazas y las presiones.
Estoy leyendo: Abril Rojo, de Santiago Roncagliolo.